Yacían juntas sobre aquel pastizal, casi dormidas, únicamente cobijadas por el calido manto de la noche. Había viento, pero no era frío. Era una noche perfecta. Romántica, ideal, por buscar palabras que pudieran describirlo. Ni siquiera el cadáver descuartizado de aquella enorme gárgola, despidiendo sus fétidos olores podía molestarlas. Dragón de Agua permanecía recostada frente a ella, con sus ojos cerrados, pero Dragón de fuego la observaba. No podía relajarse como su amiga lo hacía. Estaba llegando a su punto de quebrada. Se puso de pie, sin apartar su vista de ella, aunque su intuición le decía que no estaban del todo solas. Cerró sus ojos, respiró profundamente, y usando su tremenda fuerza, tomó una pata de aquella bestia, y golpeó la cabeza de la rubia, dejándola inconsciente.
Sintió un terrible peso sobre ella, una falta de aire que la obligó a despertar de golpe. No podía moverse, estaba siendo atacada de nueva cuenta por una de las gárgolas. Rápidos pensamientos le surcaron la mente; ella y Dragón de Fuego habían asegurado el área; no había más de ellas. Pero no podía respirar, empezaba a asfixiarse. Lo único que podía hacer era pedirle ayuda a su amiga pelirroja quien seguramente no estaba lejos.
-¡Ayudame, no puedo respirar!
Seguía forcejeando inútilmente contra aquel cuerpo. Pasaban los momentos, pero no le ayudaban.
-¡No puedo respirar!
Pero no pasaba nada. Empezaba a perder la consciencia, rápidamente se empezaba a sentir cansada, dentro de poco, ya no tendría fuerzas para luchar. Así mortiría entonces. Hubiera deseado una muerte más honorable, algo más digno; no morir aplastada por una gárgola.
Sin embargo, alguien empezaba a retirar aquel peso de encima; se empezó a sentir feliz y más ligera; no miriría entonces, y volvería a ver a Dragón de Fuego. Pero su héroe no fue quien ella esperaba, pues escuchó una voz familiar, de hombre, que le llamaba.
-Vania, ¿estás bien? -era Dragón de Tierra- levántate rápido, no tienes tiempo que perder.
Dragón de Tierra le daba su mano para ayudarla a levantarse, y una vez de pie, le tomó un momento recuperar el aliento.
-Dragón de Fuego volvió a huir, Vanya; te sepultó bajo el cadáver de la gárgola. Debes ir a alcanzarla.
Volteó la vista y comprobó las palabras del otro: ese era el cadáver descuartizado de la última gárgola que habían matado, y el fétido olor metálico que desprendía, era el de su sangre. ¿Pero por qué había hecho ella semejante cosa?
-¡Corre! -Dragón de Tierra empujó a la otra, quien pronto comenzó a correr para alcanzarla.
Entre más corría, más quería saber qué le había orillado a huír de nueva cuenta, por qué decidió sepultarla, por qué no quería ser seguida de nuevo? Pero eso terminaría esta noche. La alcanzaría. Le obligaría a contarle todo. Por fin divisó su silueta, o lo que parecía serlo, pues la noche escondía bien la pequeña figura de Dragón de Fuego; la luz de la luna no le ayudaría esta noche. No tenía caso perseguirla. En efecto, había vuleto a huir. Empezó a llenarse de ira, sus adentros ardían con dolor y con coraje. Hasta parecía que la tierra misma sucumbía a su furia, pues algunas grietas se empezaron a formar en el suelo alrededor de ella.
-¡Meave! -pero ni volver a exclamar su nombre parecía alcanzarla, no regresaría. Se llevó las manos al rostro, sintiéndose cansada ya; se sentó sobre sus piernas, sin atreverse a alzar la vista. Pero unos brazos firmes rodearon sus hombros, acompañados de la caricia de una voz callada.
-Vamos, Vanya, regresemos al castillo -susurró Dragón de Tierra-, nos esperan. Dragón de Viento también está ahí. Sabes que ella regresará tarde o temprano.
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