Jamás olvidaría ese pequeño rincón en aquella casita adaptada a un café. Vientre de tantas imaginaciones, de tantos escritos. Obscuro y cálido; romántico, íntimo, y sin embargo, sólo y olvidado. Cada que posaba mis ojos en él, parecía que sólo lucía así para mí, que era sólo yo quien podía apreciar la hermosura de esas pequeñas lucecitas blancas, rodeando las plantas. Maldije no haber llevado mi pluma, cualquier servilleta hubiera servido.
¿A qué horas va a llegar? Me empezab a arrepentir de haber ido. El lugar estaba concurrido, pero mi soledad contrastaba con todas las demás mesas y sillas, repletas de esas hermosas chicas y sus novios. Mi fealdad también contrastaba con sus cuerpos esbeltos. Pero él tampoco era un Adonis. También debí ahaber llevado un suéter. ¿Y el mesero? Quería comer algo. Estaba muy ocupado yendo y viniendo las demás mesas, con los Chais en las rocas, los molletes y los botes de agua. Tal vez después me invite a cenar.
Yo conozco a ese de verde. Se parecen mucho. La guitarra empieza a desvariar, y luego la del teclado. Ah ahí está. Oh, no me saludaba a mí, sino a la chica de atrás. Me pregunto si venir más seguido me haría más popular. No creo, soy callada y retraída; las situaciones sociales me intimidan. Oh, ahora me saluda a mí.
La típica charla, me da gusto verle y viceversa. Bueno, ya viene. Todavía hace frío. Y el rinconcito olvidado todavía brilla, tan bonito, tan romántico, tan bohemio. Me veo ahí con alguien, ignorando al resto del mundo. La música empieza y pongo atención. Una, tras otra, oh cielos, otra más y reconozco estas últimas. Entro. Atrapo al mesero, le pido algo de comer. Empiezo a preguntarme qué hago ahí. Espero mi comida, no tengo más que hacer. Empiezo a preguntarme si tuvo sentido. Está ocupado y su madre no me reconoce. Cada quien en sus asuntos. ¿Dónde estará mi comida? Oh, se le olvidó la salsa. Espero, y luego como.
Desde la puerta aún puedo ver el rinconcito, pero a pesar de que me haya ido, aún sigue ahí, llamándome.
No tengo nada que hacer aquí. Fue una tontería haber venido. No lo hubiera sido si no hubiera estado sola. Pago rápido, pero dudo si irme o no. Como bola de ping-pong, hasta que mis pasos errantes me conducen al auto. Lo enciendo. Por favor, ven. Dame una señal. Lo enciendo y me doy reversa. Oh, ahí está. Al diablo con la señal, ya estoy en el auto, y me voy.
Después de un momento, llego a mi casa.
Y el rinconcito de luces, aún brilla, aunque hayan apagado la luz.
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