Monday, October 18, 2010

Dragones


       Todas las personas están regidos por algún elemento, eso es indiscutible. Todos tienen la influencia de algún astro o elemento en su comportamiento que marca el camino que deben recorrer en su vida, por lo que no era extraño que al entender el propósito de sus existencias, algunas personas cambiaran sus nombres para expresar algo más acorde a su personalidad o su misión de vida. Se pensaba también que, al usar referencias de animales en sus nombres, adquirirían sus míticas y grandiosas habilidades; una especie de animal protector que los guiaría por el sendero correcto y justo que habían elegido. Aquellos cuyo corazón estaba en el lugar correcto y eran regidos bajo el signo del agua, por tradición eran conocidos por sus dones curativos; su energía era dedicada a las prácticas mágicas. Su instinto esotérico, extremadamente agudo y excepcional, sólo era igualado por su habilidad de adaptación, su sensibilidad ante el arte y las personas y un asombroso don de purificar nutrir todo aquello que tocasen.  
        Dragón de Agua era la sanadora más preciada, no sólo de la corte sino su fama tenía tenía alcances legendarios. Tenía de costumbre por las madrugadas hacer rondas casuales por los aposentos de la reina. No era una mujer que necesitara ese tipo de servicios, pues era una mujer sumamente joven y sana; apenas gozaba de sus primeros cien años de vida, sin embargo no estaba demás tomar esas precauciones, después de todo era la persona más importante de todo el reino. Con su báculo firme en su diestra, llamó a la puerta con sus nudillos y al escuchar el permiso que necesitaba para entrar, hizo su camino dentro de aquellos aposentos.
Eran tantos años ya de servicio, pero jamás había podido acostumbrarse al aura tan pesada y fría que emitía aquella presencia. Era un secreto, pero Dragón de Agua temía severamente estar sola con la reina mientras no hubiera mucha luz en el lugar. Tenía su empatía altamente desarrollada, lo que significaba que, sin darse cuenta o en contra de su voluntad, su personalidad se adaptaba a las circunstancias y entraba en sintonía con el ambiente; inclusive había veces que ella no podía controlar la duración de los efectos secundarios, pues dependía también en gran medida sus propias emociones. Podía sentir su mirada, que a veces catalogaba como insana, clavarse en ella y no despegársele nunca; su voz se veía de la misma forma afectada al perder su valentía cuando se sentía observada por ella, pues se quebrara y apenas se le podía escuchar.

         –Lamento interrumpirle, Majestad –saludó, haciendo una reverencia respetuosa–, con su permiso me acercaré para cuidar de su salud.
        No se atrevía a mirarle. Pasó un momento de silencio y mientras Dragón de Agua colocaba su mano sobre su soberana para sentir su pulso, sintió el pequeño golpeteo de su latido colisionar con sus yemas. Respiró profundamente. Debía tranquilizarse y domar su personalidad, pero esa mujer era tan imponente...
        Pasaron unos minutos en silencio, Dragon de Agua se concentraba en sentir su pulso, colocando el dedo índice y el medio juntos, bajo el mentón ajeno.  

         –Nuestra pequeña plática de ayer me salvó la vida. Gracias.
        –Sólo cumplía con mis obligaciones, Alteza –deslizó su mano de su yugular hasta el centro de su pecho, donde una sutil luz mentosa, ligeramente argéntea emanaba de su índice y su medio–. Pero me intriga saber cómo es que estando sola y completamente vulnerable, él no hizo nada.
        –Igual yo quisiera saberlo –mintió–, pero cuando se percató de que estaba despierta y armada, prefirió huir.
        Dragón de Agua notó que, justo cuando ella mencionaba esas palabras, sus latidos se incrementaron considerablemente, mas no era sabio acusar a una reina de mentirosa, y mucho menos cuando no se tenían más pruebas más que las intuiciones, aunque muy acertadas, de una sanadora empática.
        –Es un hombre loco... me encargaré de reforzar la guardia, y mantener a los soldados alertas.
        –Ese es trabajo para Viento, él es el responsable directo de la milicia –respondió con ímpetu– tú encargarte de lo habitual.
        La rubia se limitó a asentir una vez y a seguir en silencio con su chequeo. Después de eso, se disculpó y se retiró.

        Cerró la puerta tras ella y al observar al frente, por la ventana podía apreciar los cautivadores tonos de cerúleo que inundaban el cielo, conforme los primeros rayos de sol intentaban darse a notar. Aún había bastantes estrellas destellando sobre ese manto de suave terciopelo, y suspirando, se acercó y poder apreciar el elegante panorama. Se sentía de alguna forma furiosa, que era un sentimiento que solía experimentar siempre de estar sola con la reina. Así que, intentando neutralizarse, inhaló profundamente, inflando su pecho; sus pulmones se llenaron de aquel helado aire, deliciosamente, y al exhalar, visualizaba que de sus nariz y su boca se escapaba aquella intensa emoción, Inclinó la cabeza, con la idea de cerrar sus ojos y seguir con sus inhalaciones, pero, antes de poder hacerlo, su atención se vio arrebatada al ver una silueta familiar caminar tranquilamente brazo con brazo de otra persona. Los latidos de su corazón parecieron detenerse de inmediatamente, dejando ecos que parecían vibrar en su pecho, resuenos de envidia desmedida, celos y coraje. Sintió sus hombros tensarse y su respiración se volvió pesada mientras intentaba controlar sus emociones para verse lo más sutil posible. Dragón de Fuego iba acompañada de Dragón de Viento, y la sola idea de verlos juntos, riendo, disfrutando de la compañía del otro, la carcomía por dentro, intoxicándola, lentamente, sin vuelta atrás. Si las miradas de verdad pudieran matar, ya lo hubiera aprovechado, pensó la furiosa rubia. Para ese entonces, ya habían salido suficientes rayos de sol, y en ese instante, una sombrea pareció volar por encima de ella, obscureciendo su rostro momentáneamente; cosa de la que no se percató. Sin embargo sí logró escuchar un ruido que la extrajo de aquel mundo de pensamientos en el que se había sumergido; algo se había estrellado contra el suelo; un ruido fuerte. Al voltear la mirada, varios bloques de cemento y piedra se habían desprendido de los arcos a su lado. Temiendo que fuese uno de los rumorados ataques de las gárgolas, se apresuró a investigar, perdiéndose entre los corredores del castillo; sin percatarse de que pasaría de largo por otra pequeña silueta escondida por su lado que pasó desapercibida; sin embargo, ésta no le quitaría los ojos de encima por ahora.

        Habían pasado ya algunas horas, así que ya estaba entrado el medio día y Dragón de Agua haciendo sus respectivas guardias. Los cuatro dragones estaban delimitando el perímetro; la reina se encontraba cerca. Era su deber no apartarse de ella, después de todo. El calor se hacía insoportable, pero nada era tan pesado y tan asfixiante como los celos y el mal humor que aún acosaban a la maga. Se sentía traicionada, después de todo. ¿Traicionada? No, no era eso... ella tenía derecho de escoger. Frente a ella, Dragón de Fuego se encontraba observando al frente, tan estoica como siempre y tan distante como nunca. A su lado, Dragón de Viento; quien no le podía quitar los ojos de encima. A espaldas de la rubia, Dragón de Tierra, quien se limpiaba el sudor de la frente con su puño. Él pareció sonreírle de forma condescendiente cuando sus miradas se cruzaron. Intentó responderle la sonrisa, pero no podía fingir algo que no sentía; las mujeres, y más si son de Agua, son incapaces de no ser transparentes, así que apartó la mirada. Entre sus manos, tomó con fuerza su báculo, cómo si con eso pretendiera desahogar su coraje.

       –No importa cuánto castigues a ese báculo tuyo, no sucederá nada –la voz que provenía de sus espaldas era grave, vieja y rasposa; pero se notaba un cierto cariño en su forma de hablar. Casi como el de un padre sabio. Dragón de Agua volteó su rostro inmediatamente–. Desde hace tiempo que te noto preocupada. ¿Qué es lo que sucede?

       ¿Pero cómo iba a contarle a él, si ni siquiera ella sabía qué era lo que pasaba por su mente? Así que intentó, en vano, evadir al viejo líder, diciéndole que realmente no pasaba nada; que era resaca emocional de su previa cita con la reina.

       –¿Realmente esperas que me crea eso? Vanya –este era el nombre real de la maga, salvo que nunca se mencionaba–, te conozco desde hace mucho tiempo, y eres bastante fácil de leer. Vamos, cuéntame; no me gusta verte así.

       ¿Y con qué derecho venía éste a obligarle a contarle su drama emocional? Ni siquiera pensó, ni si quiera consideró, ni siquiera le importó, sólo reaccionó y cedió a su infantil explosión de enojo.

       –¡Pues si tanto te interesa, averígualo tú mismo!

       Y al terminar, lanzó un conjuro que le permitió saltar desde el terraplén, como casi flotando, hasta caer de pie sobre el suelo y alejarse. Quería estar sola. Más bien, ella misma sabía que estaba insoportable; ella misma ni si quiera se toleraba, cómo podría hacerlo alguien más. Ahogándose en sus propias emociones, caminaba de un lado a otro de forma errática, con la mirada firme en el piso; pensando y repasando sus teorías una y otra vez. Tanto, que no se percató de aquella enorme sombra que pasó sobre ella, cubriéndola por completo, yendo directo a la aldea más cercana al castillo. No fue hasta momentos después cuando la ráfaga de viento causada por el movimiento azotó su cuerpo, obligándola a mirar hacia atrás, percatándose de loas varias bestias que perpetuaban el ataque.


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